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LA OPINIÓN DEL VICEPRESIDENTE DE LA LIGA NAVAL ARGENTINA SOBRE LOS ACUERDOS CON LONDRES



"¿Juráis a la patria seguir constantemente a su bandera y defenderla hasta perder la vida?". La tradicional pregunta de tono castrense ha sido respondida por centenares de miles de argentinos que alguna vez han cruzado la puerta de cuarteles, bases o escuelas militares, sea que lo hicieran como aspirantes a oficiales, suboficiales o simplemente al cumplir el servicio militar obligatorio o voluntario.


También y hasta hace algunos años uno juraba la bandera en el mismísimo colegio primario, hasta que por esas cosas de la modernidad ahora la civilidad en general la promete, como si ello fuera una dispensa si en algún momento la patria realmente nos reclama un acto de compromiso que vaya más allá de desplegarla en nuestro balcón en una fecha patria o cuando juega la selección nacional de algún deporte más o menos popular.


Seguramente coincidirá conmigo, querido amigo lector. La patria y la bandera difícilmente nos pidan que entreguemos la vida en su defensa. Normalmente sólo pretende que los ciudadanos paguen sus impuestos, no roben ni maten a otros por un par de zapatillas, no se corrompan en el ejercicio de la función pública, no intoxiquen a la juventud proveyéndoles drogas ilícitas, respeten los semáforos, saquen la basura en un horario determinado y cosas así… La pobre patria tiene bastantes problemas a la hora de que sus habitantes cumplan con estos requerimientos básicos.


Es verdad también que hace 34 años a unos veinte mil argentinos nos pidió un poquito más y en respuesta a aquel tradicional juramento tratamos de cumplir su pedido. Setenta y tres días después el resultado fue algo más que una derrota militar. Dieron lo máximo 649 argentinos, otros muchos regresaron con secuelas físicas y psíquicas permanentes, y también están los que, como en mi caso, regresamos ilesos, lo que no quita que cada tanto podamos expresar algún sentimiento.


Si algo aprendí en estos 34 años, es que integrar el padrón de Veteranos de Guerra de la Nación no otorga ningún derecho diferente al de cualquier otro ciudadano a la hora de opinar sobre cuestiones que hagan a la siempre especial relación que nuestro país e Inglaterra mantienen desde 1982 hasta la fecha.


Los veteranos a veces sentimos que no somos escuchados (de hecho, no somos escuchados) en muchos temas en los que queremos hacer valer nuestra opinión, pero el tema es que aquella máxima que reza: "El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes" aplica a nosotros también y está bien que así sea. Pero no es menos cierto que, para alegría o desgracia de más de un dirigente político pasado, presente o futuro, aún la mayoría de nosotros está con vida y, lo peor, con ganas de seguir ocupándonos a la distancia del devenir de esa lejana porción de tierra que tuvimos el honor de pisar.


Tal vez por la propia ebullición de nuestra sangre, nos sentimos "irrespetuosamente" proclives a opinar cuando, por ejemplo, desde algunos sectores del periodismo se habla de la exhumación de los restos de los combatientes que descansan en Darwin, sin el menor conocimiento de lo que ese acto implicará. Fieles a la más rancia tradición vernácula, las páginas y los portales periodísticos se han poblado de plumas pertenecientes a "expertos forenses" que, a pesar de su probada "solvencia", no son capaces de responder a preguntas tan desagradables como básicas relacionadas con la humanitaria tarea que nuestra Cancillería avala y sobre la que la mayoría de los familiares de los caídos no ha sido informada en forma correcta y, sobre todo, veraz. Tampoco saben a ciencia cierta dónde queda Darwin.


Mensaje navideño

Las crónicas porteñas del día nos ilustran sobre el tradicional mensaje navideño que la premier británica Theresa May cursó a los súbditos de "Su Majestad" con algún párrafo especialmente dirigido a los ilegales habitantes de nuestras Islas Malvinas. Con tono afectuoso, la mandataria exhorta a los colonos a aceptar los avances en la relación con nuestro país, al tiempo que les dice: "Una mejor relación con Argentina será beneficioso para todos", "se cosecharán recompensas para la economía de las islas".


Nunca me imaginé coincidir tanto con quien representa a la potencia oponente a la Argentina en 1982. No me cabe la menor duda de que para la economía kelper tener sólidos lazos y comunicación fluida con el continente es algo muy necesario. Lo que no me queda tan claro (y si alguien lo sabe, le pido que me ilustre) es cuáles serían los beneficios concretos para nuestro país, ya que todo tratado, acuerdo o pacto entre dos partes supone beneficios mutuos. Salvo que para la señora May los beneficios para "todos" refieran exclusivamente a todos ellos.


Es más que sabido que para los isleños la presencia del cementerio de Darwin es un dolor de cabeza. Es sabido también que desean que masivamente los deudos argentinos opten por llevar a sus seres queridos al continente. Pues, bien, estamos a punto de dar un paso en esa dirección.


También conocemos que imperiosamente necesitan vuelos comerciales que los acerquen a la odiada y necesaria Argentina. Eso siempre y cuando ni las naves ni sus pilotos tengan nada que ver con el país. La diplomacia complaciente tiene un argumento de oro para cumplir este deseo kelper. "Una aeronave de bandera no podría pedir permiso para operar en su propio territorio a autoridades extranjeras". El concepto es más que correcto, pero no somos los argentinos los que necesitamos imperiosamente vuelos comerciales. Dejemos pues que "Su Majestad" se ocupe del problema sin nuestra ayuda.


La premier también se permitió dejar en claro que en modo alguno está en sus planes hacer ninguna concesión que se aparte del "derecho de autodeterminación" de los colonos. Una vez más la felicito por el compromiso que tiene con "su gente", y una vez más no me queda claro entonces a cambio de qué debemos mansamente satisfacer los deseos y las necesidades de nuestros poco amigables vecinos.


Cuando ingresamos a Uruguay, Brasil, Chile, Perú o Bolivia con nuestro DNI, nadie puede pensar que estamos violando las respectivas soberanías de esos Estados. Pero nadie considera ni remotamente pedir a cambio de la satisfacción de los deseos isleños que eventualmente podamos ingresar a las islas en las mismas condiciones. Una de las necesidades isleñas en cuanto al incremento de las frecuencias de vuelos es la provisión de insumos y repuestos para la actividad pesquera. Es decir, necesitan que les hagamos más fácil la llegada de los accesorios que requieren para seguir depredando nuestro mar. Ni que hablar de las ventajas a la hora de incrementar la actividad turística, actividad que —claro está— no desea nuestra presencia.


Le repito, querido amigo, ser veterano de guerra no le otorga a mi opinión ni un milímetro de precedencia sobre la de cualquier otro ciudadano. Pero no puedo dejar de sentir ese amargo sabor a derrota que sentimos aquel 14 de junio cuando nos rendimos, con el agravante de percibir en esta ocasión un gustillo adicional que en honor a nuestros caídos prefiero no identificar.