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El COVID


Hay que la Prefectura Naval ha desplegado su enorme cantidad de hombres y mujeres, que todos los argentinos los han visto y valorado en su función de control policial para evitar la transgresiones al aislamiento social preventivo y obligatorio cuyo éxito cada día es más nítido y que, sin duda, tuvo en las fuerzas de seguridad un importante apoyo, aunque su núcleo haya sido la disciplina social, algo que en el fututo habrá que estudiar mejor y evaluar cuán cierto es que la argentinidad es incapaz de tomarse seriamente las normas comunes.


Hay también que la Armada ha desarrollado, junto a las otras dos fuerzas militares, importantes tareas de apoyatura a comunidades y de logística. En no pocos lugares sus integrantes han entrado y salido aplaudidos por las barriadas humildes.



Y hay una actividad marítima y pesquera que ha seguido operando excepto en rubros en los que el parate general las afectó directamente como “la arena”. Sin embargo, lo general es que se ha seguido operando y los tripulantes han seguido cobrando los sueldos.


Nada para pasar por alto apenas uno mire por arriba de la verja para cualquier lado, en algún caso terrorífico, y el adjetivo no es exagerado.


La falsa dicotomía entre salud y economía ha quedado destrozada por las calamidades económicas que están padeciendo los países que adoptaron posturas desaprensivas con el  coronavirus. El más serio: el Reino Unido, que no ha trepidado en retrotraer por completo su postura inicial. Es decir, en un caso no hay muertos e infectados a mansalva y en el otro sí, pero en ambos la economía ha colapsado.



Hay una observación que aparece casi científica: ante el coronavirus se quebraron la globalización y los acuerdos regionales, incluso el más sólido, la UE. Los países que la integran adoptaron políticas intensamente nacionales y de fronteras adentro. En esa tendencia no sería raro que a la salida de la pandemia haya fuertes presiones para terminar con los “paraísos fiscales” y con algunos “chiches” de la globalización como las banderas de conveniencia en la inmensa flota de mar del mundo entero. Sus barcos son pequeños paraísos fiscales móviles. Y tal vez, como en 1938, aparezca de modo fortuito e inesperado la posibilidad de que Argentina vuelva a tener una flota de bandera de ultramar. Por cierto, aun con todas las condiciones dadas, siempre hace falta un almirante Segundo Storni y siempre es imprescindible un Presidente que adopte sus ideas como política.



Hernán Pablo Gávito