Río Cincel. Primer buque netamente mercante en arribar a Malvinas
A fines de marzo de 1982 podía vislumbrarse a través de la simple lectura de los periódicos, que una crisis se avecinaba en nuestro país. La actividad de un grupo de trabajadores argentinos que, debidamente autorizados, procedían al desguace de una factoría en las Islas Georgias del Sur, originó un incidente que derivo en una desmedida reacción británica consistente en el envió de un barco de guerra con infantes de marina para desalojar a los “provocadores”.
Ante los hechos consumados, nuestro gobierno ordenó considerar seriamente el empleo de la “alternativa militar”. Concretamente se trataría de una acción militar de envergadura que se venía gestando en el más alto nivel como “hipótesis de conflicto” en el caso de que fracasaran las negociaciones en la procura de la devolución de Malvinas. Dicho plan, hipotéticamente, daría marcha a una operación que no debería iniciarse antes del 15 de mayo y estaría aplicada a recuperar las islas, instalando una pequeña fuerza, cuyo sentido político sería OCUPAR PARA NEGOCIAR.
Inevitablemente la derivación de los acontecimientos de Georgias, obligó a los Mandos militares argentinos, no solo a anticipar fechas sino también, adelantar todas las previsiones.
El 28 de marzo, el buque mercante Río Cincel de la Empresa Líneas Marítimas Argentinas, se encontraba en la Dársena B , del Puerto de Buenos Aires embarcando en sus bodegas, tambores con miel; quebracho; carne congelada y maquinarias; cuyo destino eran los puertos de Baltimore, Filadelfia y Nueva York en la costa este de Estados Unidos. Cerca de las diez de la mañana el Gerente de Operaciones de la Empresa, Sr. Radivoj, mandó llamar al Capitán del buque, Juan Carlos Trivelín para notificarle que debía descargar todo lo que había ingresado en bodegas para dar lugar a una carga ordenada por la Fuerza Aérea Argentina, de material logístico destinado a las Islas Malvinas. Por supuesto el buque quedaba sujeto también a precisas directivas de los Comandos de la Armada, cuyas instrucciones se encontraban en un sobre cerrado que le entregó Radivoj.
Travelín, era un marino profesional, con treinta años de impecable trayectoria de navegación por diversos mares del mundo, cuyas experiencias en el Atlántico Sur, justamente estaban referidas a viajes que realizó a bordo de las motonaves Regina Prima, Libertad y Río Tunuyan, de ELMA, en calidad de Oficial, llevando pasajeros a la Antártida , previa escala en Malvinas. De hecho, siempre guardó un grato recuerdo de estos viajes pues quedó maravillado del franco intercambio social que se produjo entre los turistas argentinos y la comunidad isleña en oportunidad que tocaban puerto en la capital de Malvinas. Aquellos fueron agasajados con bailes y recepciones en la capital del archipiélago y los malvinenses, que tuvieron la oportunidad de acceder a los buques, no se cansaron de agradecer el buen trato recibido, como también elogiar la variedad de comidas y exquisitez de nuestros vinos.
Ese mismo día comenzó en el Río Cincel la rápida descarga de las mercaderías que tenía en sus bodegas para dar paso al ingreso del material logístico: ochenta planchas de aluminio para la prolongación de una pista de aterrizaje; maquinas viales; camiones de uso militar y combustible para aviones, lo cual totalizaba 156 toneladas de carga.
Cuando los cuarenta y cinco tripulantes fueron notificados del destino y motivo del viaje, solo uno de ellos se negó a efectuarlo y tras su desembarco fue reemplazado. La tripulación incluyó además a cinco cadetes de la Escuela Nacional de Náutica “Manuel Belgrano” – dos de ellos cadetes femeninos -. Como novedad el Río Cincel llevó incorporado un equipo de navegación satelital, que por primera vez era instalado en un buque de ELMA y sobre el cual habían recibido instrucciones pocas horas antes de zarpar.
Finalmente cerca de la hora 22 del día 3 de abril ya con su carga completada, el Río Cincel recibió la orden de ser despachado, sin embargo partió del Puerto de Buenos Aires en las primeras horas de la mañana del día siguiente. En el momento de la salida se registraron numerosas muestras de adhesión por parte de las tripulaciones de otros barcos allí amarrados y remolcadores que asistían a la zarpada, quienes expresaron su alegría con vivas a la Patria y haciendo sonar estridentemente sus sirenas. Para este viaje, Trivelín no consideró necesario llevar práctico para Malvinas, pues estaba seguro de recordar muy bien los detalles de su intrincado relieve costero y las características de su acceso al puerto. Cuando el barco había sobrepasado el Pontón Recalada, de acuerdo a lo ordenado abrió el sobre cerrado para leer las directivas del viaje. Salvo algunas disposiciones de rutina, las instrucciones se limitaban a recalcar la obligación de mantener, durante el trayecto, un severo silencio radial; otorgándole por parte amplia libertad en la elección de la derrota.
Luego de algo más de tres días de navegación el Río Cincel con su porte de 10.070 toneladas, fondeó en la ensenada de Puerto Groussac, cuando eran exactamente las 07:10 del 7 de abril, resultando así, ser el primer barco mercante que llegó a Malvinas luego de su recuperación.
Para ese entonces ya se encontraban operando desde días anteriores en la rada de Puerto Argentino, dos transportes navales de nuestra Armada: el Isla de los Estados que más tarde iba a resultar cañoneado y hundido y el Rompehielos ARA Almirante Irizar el cual había participado en la Operación Rosario del 2 de abril y que luego el 3 de junio fue transformado en buque hospital. Se hallaban también fondeadas, junto a los precarios muelles de la bahía, otras naves menores que fueron confiscadas a la administración isleña y a una milla del Río Cincel, fondeado también, un pesquero polaco, el Goplo.
El primer contacto con las nuevas autoridades navales de la isla, se efectuó en forma radial (vía VHF) hacia la base conocida como CONAVINAS (Comando Naval Malvinas) a cargo, desde el 2 de abril, del Capitán de Fragata, Adolfo Gaffoglio, Jefe del Apostadero Naval. Posteriormente este apostadero iba a depender de la Subárea Naval Malvinas al mando del Capitán de Navío, Antonio José Mozzarelli a quién le correspondió entender en el manejo portuario y el movimiento de buques que actuaron en esa jurisdicción.
De acuerdo con las órdenes emitidas desde dicho comando, cuando habían pasado cinco minutos de la hora ocho, se pusieron en contacto radial con él Isla de los Estados, siendo informados desde el mismo que atracaría por la banda de estribor para iniciar las tareas de alije. Con muy poco oleaje y un viento de apenas diez kilómetros, el Transporte, de 81 metros de eslora, se fue acercando sin problemas. Cuando aún no había finalizado la maniobra se notó un notable incremento en la velocidad del viento y a fin de contrarrestar el empuje de una mayor masa que suponía el buque acoderado, se arriaron del agua varios grilletes del ancla para evitar él garreo de la misma.
Cerca de las 11 de la mañana, se desató un temporal e imprevistamente el ancla del Río Cincel comenzó a garrear y la nave a acercarse rápidamente con su popa a la proa del pesquero polaco. Trivelín que junto a sus Oficiales se encontraban en cubierta observando las maniobras, ordenó fondear de inmediato el ancla de estribor y simultáneamente dar maquina adelante despacio. A su vez, personal del Goplo, ya alertado, comenzó a virar su ancla de estribor, en tanto el Isla de los Estados para colaborar, hizo avanzar sus máquinas.
Luego de veinte minutos en ese intento, el Río Cincel paró sus máquinas debido a la proximidad con el pesquero y envió al 2do. Oficial, Placenti, con un transmisor portátil para verificar la situación desde la popa. Al ordenarse nuevamente marcha despacio y avante, la hélice del mercante tomó vueltas en la cadena del pesquero provocando un acercamiento que derivó en un golpe de la popa contra la proa del Goplo. De acuerdo con lo que informaba el oficial de popa respecto a que la cadena del ancla se internaba hacia la hélice, se dio aviso a Máquinas desde donde se intentó, con el virador hacia atrás y adelante, mover la hélice, sin llegar a lograrlo.
El contratiempo había llegado a provocar la momentánea inmovilización del Río Cincel. En busca de un principio de solución el Goplo se cortó su cadena que lo ligaba al carguero y quedó liberado. Luego por iniciativa del Capitán Trivelín se iniciaron una serie de gestiones y requerimientos cuyos primeros resultados sembraron dudas acerca de una pronta solución del problema. Un primer pedido de buzos con sus equipos al Apostadero Naval, tuvo como respuesta la imposibilidad de conseguir buzos con equipos completos, ya que no se contaba en las Islas con sistema oxiacetileno de corte. Otro pedido a la Fuerza Aérea fue contestado condicionalmente, ya que el mal tiempo por el momento, el envío de buzos. Sin perjuicio de todo ello se dio aviso por radio a ELMA dando cuenta de la situación y solicitando ayuda.
Mientras se insistía con estos y otros pedidos, el Isla de los Estados que no había podido operar en carga debido al mal tiempo, se alejó en procura de un fondeadero y a la espera de un clima más propicio. Al día siguiente en horas de la mañana, con el tiempo más clamo, dicho barco atracó nuevamente junto al Río Cincel y comenzó las tareas de alije.
Pasado el mediodía una lancha de desembarco denominada EDV 23, trajo a bordo a dos buzos pertenecientes al Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea: el Teniente Alfredo Sidders y el Cabo 1ro. Walter Abal; quienes pese a no tener dentro de su equipo, patas de rana, visor, testera, guantes y tubos de oxigeno comenzaron una inspección de la hélice, sobre la base de cortas zambullidas. Para ayudarse aceptaron utilizar parte de un equipo elemental de buceo que poseía a bordo uno de los tripulantes, consistente en un par de patas de rana y un visor. Con el fin de lograr mayor peso ya que los trajes de neoprene les otorgaba demasiada flotabilidad, fabricaron un cinturón con trozos de hierro y de esa forma, siempre impulsándose apoyados en la cadena del ancla, lograron sumergirse en lo profundo.
Los primeros informes daban cuenta de cinco vueltas de una cadena compuesta de eslabones de 40 centímetros de largo con un grosor de 3 pulgadas, enroscada alrededor del guardacabos, lo que suponía una dificultad tan solo solucionable mediante elementos de corte apropiados, con los cuales hasta ese momento no contaban. Pese a ello, los voluntarios buzos, consiguieron izar con ayuda de una grúa de popa un tramo de cadena que llevaba el ancla, a fin de asegurar la misma e intentar producirle un corte.
A la hora 19:00 embarcaron en el Río Cincel dos buzos de la Armada: el Cabo 1ro. Luis Ángel Giménez y el Cabo 2do. Marcelo José Orozco, ambos pertenecientes a la Estación de Salvamento y Buceo de la Base Naval de Puerto Belgrano. Sus equipos completos con la sola excepción de sus botellones de aire, que estaban parcialmente cargados. Pese a la multiplicidad de inconvenientes, los cuatro especialistas, luego de una hora de trabajo, lograron cortar un tramo de la cadena y más tarde pudieron recuperar el ancla que entregaron al Goplo. Cumplido este trámite, el pesquero polaco se retiró del lugar. En ese momento también finalizó el alije con el Isla de los Estados que se alejó para fondear otro recodo de la bahía.
En las primeras horas del viernes 9 se iniciaron las operaciones para tratar de sacar las vueltas de cadena que aún atenazaban el libre movimiento de la hélice.
Si bien hasta ese momento el panorama de las islas se mostraba tranquilo ya que solo se notaba una creciente actividad en el área del aeropuerto, la gente del Río Cincel trataba de salir o más pronto posible de la incómoda situación pues, no solamente ya habían finalizado las tareas de descarga, sino que las noticias que provenían del exterior eran bastante preocupantes. En tanto nuestro Canciller efectuaba declaraciones confiando en asegurar la paz, el intransigente gobierno británico parecía no tener la misma opinión. Hacía ya cinco días que la armada inglesa había partido de sus bases rumbo al Atlántico Sur; varios de sus submarinos ya se encontraban en Malvinas y faltaban solo tres días para que se iniciara el bloqueo de 312 kilómetros alrededor de las islas, anunciado por Londres, el cual involucraba la amenaza de ataques a cualquier barco argentino – de guerra o auxiliar – que se hallara en la zona de exclusión.
Cerca de las diez, pese a los precarios equipos con que se contó y una serie de inconvenientes adicionales tales como: mangueras cortas para operar desde cubierta; cable de maza “soplado” (no hace arco voltaico); botellones de aire agotados; etc., se intentó seguir cortando la cadena y sólo se logró hacerlo con medio eslabón. Debido a la falta de aire comprimido en los botellones se obtuvo autorización en el Almirante Irizar para recargar los mismos pero esa tarea demandó casi tres horas. A última hora de la tarde, ya carentes de luz natural, debido a la marejada existente y la imposibilidad de mantener la lancha de los buzos a flote, en condiciones de seguridad se decidió suspender los trabajos. A todo ello debió sumarse el intenso frío que el agua generaba en los cuerpos de estos hombres, cuyo efecto solo pudieron paliar mediante reiteradas duchas calientes.
Al día siguiente, con la primera claridad de la mañana, se reiniciaron las operaciones. Los cuatro buzos con la ayuda de dos cabrestantes de abordo, comenzaron a sacar, vuelta por vuelta, la cadena hasta que, pasado el mediodía, zafó el último tramo de la misma. Posteriormente y previa inspección por parte del buzo, Giménez, quién constató que los daños de las palas y rotura de parte de los guardacabos, no afectaban el libre juego del eje, se movió la hélice en ambos sentidos, sin que se registraran problemas.
A partir de allí y pese a que el Río Cincel prácticamente ya se hallaba en condiciones de zarpar, debió demorar su salida por una serie de inconvenientes surgidos a raíz del mal tiempo, el cual produjo averías en la lancha EDPV que transportaba a los buzos, la que debió ser auxiliada pues entró en emergencia por la pérdida de su hélice. A tal efecto Trivelín envió en la lancha salvavidas, además de los oficiales Placenti y Morales a sus hombres más fuertes; el contramaestre Brantiuk, y el marinero Bazzochi. Cuando se logró rescatar a los buzos, que se hallaban al garete en medio de aguas embravecidas y remolcar contra un fuerte viento a la lancha averiada hasta el Apostadero Naval, habían transcurrido seis horas y ya era de noche. Poco antes que el buque abandonara Malvinas, personal de la Armada a cargo del Apostadero Naval, entregó al 3er. Oficial del Río Cincel, Carlos Horacio Placenti un cofre de madera cerrado con candado, conteniendo banderas y documentación de la administración colonial británica con la misión de entregarlo en el Puerto de Mar del Plata a una persona cuyos datos le fueron consignados.
A las 19:20 hs. previa autorización del Comando Naval, el Río Cincel levó sus anclas y zarpó con destino a Puerto Madryn. Cuando atravesó la línea imaginaria de la futura zona de exclusión, faltaban escasas veinticuatro horas para que las Fuerzas británicas comenzaran una despiadada cacería de nefastas consecuencias para nuestros buques 32 mercantes.
Pero aguardaba aún a los tripulantes del Río Cincel una experiencia adicional que si bien no estuvo relacionada directamente con el conflicto les revivió el estado de alerta que para esa época tenían todos nuestros marinos en sus desplazamientos por distintos lugares del mundo. No bien el barco regresó a Buenos Aires, continuó llevando cargas a puertos de Estados Unidos. Al regreso de uno de esos viajes, durante la última semana de mayo, cuando volvían de Baltimore, navegando por el Mar Caribe, acertaron a divisar una formación de barcos de guerra. Entre ellos se destacaba un enorme portaaviones escoltado por dos fragatas cuya presencia en esa zona bien podría haber hecho suponer, a algunos, que se trataba del Hermes, pues según una versión periodística, éste estaría siendo remolcado hacia Curazao para su reparación. Mas luego, cuando lograron identificar a dichos buques, acabaron por comprender que se trataba de naves norteamericanas efectuando ejercicios en la zona. Lógicamente luego que esa novedad fuera de inmediato radiada a Buenos Aires continuaron con su derrotero.
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